Dirección conservación: Ana Calvo.
Arte y Cultura en torno a 1492 ha pretendido
poner en evidencia "lo común" y "lo esencial" de
las principales áreas culturales de hace quinientos
años, desde la islámica a la asiática, desde la
europea a la americana, desde la africana a la
bizantina. Ninguna de esas culturas era un "hortus
conclusus", ninguna nació en esta época, y
seguramente ninguna, a pesar de los espejismos
de la historia, se extinguió en ella. Las culturas del
mundo no eran islas perdidas en un océano
yermo; comunicadas o no, estaban cercanas
porque lo propio de unas se convertía en lo
fantástico para las demás: los países de Jauja, los
Dorados, los Edenes, las Arcadias podían estar
tanto en Europa como en Asia , tanto en
África como en América, porque en definitiva en
donde se hallaban era en la mente del ser humano.
La geografía próxima o la lejana no fueron los
únicos horizontes de los sueños de grandeza, de
los deseos de riqueza, de las apetencias de poder
de los hombres; la geografía no sólo fue lo que
incitó al hombre a salir de su territorio para
descubrir, para conquistar. El ser humano , desde
siempre, había creado sus propios mundos,
universos que le ayudaban a soportar y a aceptar
su muerte, cosmos que le hacían soñar con un
futuro tan utópico como el de las utópicas tierras.
Pero los dioses y héroes que gobernaban esos
mundos eran tan imperfectos como los humanos
que los habían creado, y éstos, rebelándose
contra su propia creación, buscaron otros medios
para dominar lo que no llegaban a comprender.
Los dioses nada podían hacer ante las pestes y las
guerras, ante las injusticias y los horrores de la
humanidad, ante la vida y la muerte. La serpiente
de fuego cuyos poderes debían de llevar a la
victoria a los defensores de Tenochtitlán
sucumbió ante el fuego de los arcabuces
españoles; la religión, la magia, empezaba a
retroceder ante la técnica, y el hombre, fuese el
americano, el europeo, el asiático o el africano
empezaba a sentirse indefenso ante su estar en el
mundo, y comenzaba a maldecir su inefable
destino: "Tan pronto como, escapado de la
prisión, ví la luz --escribió Camoens en una de sus
Canzones- me dominó la influencia fatal de los
astros. La libertad a que yo tenía derecho, ellos
me la negaron. Mil veces, el destino me ha
mostrado lo mejor, y a pesar mio, he escogido lo
peor. Y para que mis tormentos estuvieran en
consonancia con mi edad, cuando, siendo aún
niño, abría dulcemente los ojos, dispusieron que,
sin tardar, un niño sin ojos me hiriera ...
De esos mundos irreales al ser humano sólo le quedó
el arte, un arte que tenía que ser útil y eficaz pero
que a la vez debía ser bello. ¿Dónde radica la
belleza de lo artístico? ¿Qué es lo que tienen en
común una cerámica de Iznik, una figurilla
tairona, un dibujo de Miguel Ángel y una cabeza
nigeriana? En princio, la belleza. Y eso es también lo que
pretende mostrar Arte y Cultura en torno a 1492:
la existencia de una belleza común, si se
considera la belleza más como un proceso
emocional que intelectual, si se entiende que la
belleza no debe buscarse fuera de las cosas, sino
en las propias cosas, en la adecuación de éstas a
su función y a la forma que exige su esencia.
Seguramente el pensamiento que expresó el sufí
al- Gazzali, en su tratado sobre la regeneración de
las ciencias de la religión sería válida para todas
las culturas: "La belleza no está ni en las
percepciones de la vista, ni en la armonía de la
fisonomía ni en la mezcla del blanco con el rojo ,
pues nosotros decimos: esto es una caligrafía
bella, esto es una voz bonita y eso es un hermoso
caballo; pero también decimos que esta tela es
bella y este recipiente es bonito; ¿qué significado
tiene entonces la belleza de la voz, de la caligrafía
y del resto de las cosas si no es su forma?"
En Arte y Cultura en torno a 1492 la forma es
entendida tanto en su funcionalidad, sea primaria
o simbólica, como en su belleza. Ello hace que
los paisajes de Shen Zhou puedan dialogar con
los retratos de Leonardo da Vinci, que los enseres
cotidianos africanos puedan disponerse junto a
las ordenaciones geométricas islámicas.
Pero incluso esta última oposición, la de la
utilidad/forma abstracta, es más aparente que
real. Si bien es cierto, por ejemplo, que para el
hombre musulmán la concepción de la suprema
belleza había de ser fruto de una percepción
racional y no de carácter sensual, no lo es menos
que ese hombre también debía de ser capaz de
hallar la belleza en las cosas de este mundo, las
cuales, aun siendo accidentales y efímeras aspiran
a la totalidad de lo sublime.
El visitante que entre en el recinto del monasterio
cartujano de Santa María de las Cuevas para
recorrer la exposición Arte y Cultura en torno a
1492, no emprenderá un imaginario viaje al
pasado, ni perderá el horizonte conocido para
adentrarse en el camino de los descubrimientos;
su horizonte será el ser humano , su afán de triunfo ,
sus temores y angustias ante la vida y la muerte,
su necesidad de hacerse acompañar en su
nauigatio por dioses y héroes […]. (Joan Sureda, de Arte y Cultura en torno a 1492. La exposición, 1992).